domingo, 12 de octubre de 2014

Sol y agua para los corazones del planeta

La vida emocional humana se nutre de amor. Este es, en los albores de la vida, el bálsamo que consuela al recién nacido y le permite alejarse de la emociones negativas que lo perturban: miedo al desamparo y rabia al no ser atendido en sus necesidades primarias, para comenzar a construir en su interior una emocionalidad positiva, un estado dinámico de armonía emocional que se irá fortaleciendo gradualmente a través de las sucesivas vinculaciones afectivas que irá estableciendo a lo largo de su desarrollo. En este guión madurativo, el amor es la poderosa fuerza que serena el tormentoso caudal de emociones que perturba a cada instante el temperamento; es el amor el que modela la personalidad y el carácter y otorga fortaleza ante la vicisitudes de la existencia. Si el planeta está saturado de lágrimas, el bálsamo más perfecto es el amor, por cuanto su acción cae sobre un terreno muy fértil: un organismo delicadamente diseñado para recibir su impronta. 

En esta perspectiva, todo miedo y toda ira dejarán de tener sentido frente al poderoso influjo del amor, el cual ingresa en el alma del niño desde antes de nacer y va forjando en él una emocionalidad positiva, al modo de una fortaleza en cuyo interior van creciendo fuerzas cada vez más imbatibles. El organismo del niño está diseñado para la armonía y la felicidad, pero requiere nutrientes, a la manera de una tierra cuyas simientes solo germinarán si reciben el efecto beneficioso del sol y del agua. Los nutrientes del alma humana son de naturaleza afectiva y provienen de los otros. Esos otros, llamados a poseer un significado en la vida del niños, tienen una misión esencial: ser sol y agua para el corazón de ese niño. Quienes poseen un carácter significativo para un niño tienen como misión entregar amor.

Amanda Céspedes