lunes, 20 de marzo de 2017

El proceso de Ser quien eres (O36)

La eternidad debe ser el hogar del hombre, momento a momento. Sin ella, él está perdido, siempre esforzándose, siempre agarrándose a volutas de humo. Un hombre tiene que hacer todo lo necesario para entender y, después, estabilizar este resultado siempre nuevo y organizar su vida en torno a él. 

David Deida


VOLver al hogAR

Enseñar arquitectura en la infancia no hace sino reforzar una actividad natural de esta etapa. ¿Acaso no construimos nuestras propias cabañas, delimitamos espacios y levantamos torres? Si el juego contiene un aprendizaje necesario, ¿no está la transformación del espacio entre ellos?

Virginia Navarro Martínez


sábado, 4 de marzo de 2017

La forma sigue a la Vida

La razón es sólo una forma y función de la vida. La cultura es un instrumento biológico y nada más. Situada frente y contra la vida, representa una subversión de la parte contra el todo. Urge reducirla a su puesto y oficio.
El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura. La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida.
Nuestra actitud contiene, pues, una nueva ironía, de signo inverso a la socrática. Mientras Sócrates desconfiaba de lo espontáneo y lo miraba al través de las normas racionales, el hombre del presente desconfía de la razón y la juzga al través de la espontaneidad. No niega la razón, pero reprime y burla sus pretensiones de soberanía. A los hombres del antiguo estilo tal vez les parezca que es esto una falta de respeto. Es posible, pero inevitable. Ha llegado irremisiblemente la hora en que la vida va a presentar sus exigencias a la cultura. “Todo lo que hoy llamamos cultura, educación, civilización, tendrá que comparecer un día ante el juez infalible Dionysos” -decía proféticamente Nietzsche en una de sus obras primerizas”.
José Ortega y Gasset