miércoles, 29 de agosto de 2018

Actualizar la forma: adaptar el continente al contenido

Hay muchos modos distintos en que decimos que una cosa existe: una ley, una piedra, una nación, una guerra, un personaje de una comedia, un dios de una religión a la que no nos adherimos, un dios de una religión a la que nos adherimos, un gran amos, un número...; cada uno de estos entes «existe» «es real» en un sentido diverso de los demás. Podemos preguntarnos en qué sentido algo existe o no (Pinocho existe como personaje literario, no en el registro civil), o si una cosa existe en un determinado sentido (¿Existe una regla que prohíbe enrocar después de haber movido la torre?). Preguntarse en términos generales «qué existe» «qué es real» significa únicamente preguntarse cómo queremos utilizar un verbo y un adjetivo. Es una pregunta gramatical, no una pregunta sobre la naturaleza.
La naturaleza, por su parte, es la que es, y nosotros la vamos descubriendo paso a paso. Si nuestra gramática y nuestra intuición no se adaptan a lo que descubrimos, no pasa nada: tratemos de adaptarlas.
La gramática de muchas lenguas modernas declina los verbos en «presente»«pasado» «futuro». No es adecuada para hablar de la estructura temporal real del mundo, que es más compleja. La gramática se formó a partir de nuestra experiencia limitada, antes de que nos percatáramos de su imprecisión a la hora de captar la rica estructura del mundo.

Carlo Rovelli



Masas peligrosamente razonables (O23/+43)

¿Sigue confiando en la razón? No, ya no confío en la razón porque los totalitarismos nos han enseñado que los malos instintos pueden matar a miles, a decenas de miles, pero solo la razón puede matar a millones, porque la ideología basada en el pensamiento racional establece que matar es correcto. La maldad puede matar a unos pocos, pero es la persuasión, el llamamiento a la razón, lo que te puede llevar a hacer cosas mucho más terribles.
¿Y cree en algo que pueda hacer mejor a la gente? Es una pregunta difícil. ¿Tengo que creer en algo?
Fragmento de una entrevista a Agnes Heller

Crear un campo de fuerza conectado para Crecer


Vivimos por tanto en un «campo morfogenético»* carente de respeto del que, como siempre, son precisamente los niños los que se ven más afectados, ya que ellos a lo largo de todos sus años de desarrollo están inexorablemente sometido a las leyes de la naturaleza. Es decir, que son especialmente sensibles si les tratamos como objetos en lugar de como sujetos, si bien, al mismo tiempo tienen aún fuerza para defenderse de tales ofensas y para darnos sin cesar una señal cuando algo en nuestra atención no va bien. Los niños tristes, abatidos, que se pegan a nosotros, miedosos, hiperactivos, agresivos, sabelotodos y tensos nos dan señales de alarma. Podemos ir con estos niños al médico, hace que se sometan a un tratamiento psicológico, podemos adaptarlos a nuestra irrespetuosa sociedad con todo tipo de psicofármacos o de condicionamientos, pero antes o después deberemos correr las consecuencias.
O por el contrario, podemos decidir respetar los procesos vitales y abogar por un proceso de aprendizaje y de crecimiento que incluya en igual medida a adultos y a niños. En medio de un ambiente irrespetuoso, cada uno de nosotros puede crear un nuevo «campo morfogenético» consigo mismo y con su «prójimo», en lugar de someterse al campo de fuerza de un medio ampliamente hostil y de seguir ciegos su tendencia. Como este campo de fuerza actúa sin ser visto, como un campo magnético, necesitamos un grado elevado de presencia y de atención incluso en las situaciones más irrelevantes, como si tuviéramos que orientarnos en la oscuridad. La tendencia general de aquello que «se hace normalmente» está caracterizada por la directividad, es decir, actuar permanentemente desde fuera hacia dentro. Las situaciones son «resueltas». Los problemas se solucionan de forma que el que actúa desde el exterior impone su voluntad usando las técnicas más variadas.



* Término que procede de Rupert Sheldrake

Rebeca Wild

viernes, 3 de agosto de 2018

Atrapado en esa falsa identidad de 'mi'

(...) trabajamos debido a conceptos abstractos como el estatus, el prestigio, el deber, la seguridad…, cosas en las que supuestamente hemos de creer, ya que todo el mundo parece creer en ellas. ¿Nos hemos preguntado alguna vez si nosotros creemos en ellas y por qué?
Somos adictos a objetos materiales, a sustancias, a sistemas de creencias, a otras personas, pero en la raíz de todas estas adicciones está nuestra adicción principal: la adicción a nosotros mismos. Somos adictos al relato de “mí”. Somos adictos a mantener esa imagen de nosotros y a defenderla a muerte, a realizar trabajos constantes en esa imagen, a mejorarla, comparándola y contrastándola con otras imágenes; a crear la imagen perfecta, a completarla antes de morir y a asegurarnos de que los demás tengan esa imagen de nosotros incluso después de que hayamos muerto. En este sentido, todos somos adictos, nos guste o no, tengamos o no un diagnóstico clínico de adicción.

Jeff Foster