Hay muchos modos distintos en
que decimos que una cosa existe: una ley, una piedra, una nación, una guerra,
un personaje de una comedia, un dios de una religión a la que no nos adherimos,
un dios de una religión a la que nos adherimos, un gran amos, un número...;
cada uno de estos entes «existe» y «es real» en un
sentido diverso de los demás. Podemos preguntarnos en qué sentido algo existe o
no (Pinocho existe como personaje literario, no en el registro civil), o si una
cosa existe en un determinado sentido (¿Existe una regla que prohíbe enrocar
después de haber movido la torre?). Preguntarse en términos generales «qué
existe» o «qué es real» significa únicamente preguntarse cómo
queremos utilizar un verbo y un adjetivo. Es una pregunta gramatical, no una
pregunta sobre la naturaleza.
La naturaleza, por su parte,
es la que es, y nosotros la vamos descubriendo paso a paso. Si nuestra
gramática y nuestra intuición no se adaptan a lo que descubrimos, no pasa nada:
tratemos de adaptarlas.
La gramática de muchas
lenguas modernas declina los verbos en «presente», «pasado» y «futuro». No es
adecuada para hablar de la estructura temporal real del mundo, que es más compleja.
La gramática se formó a partir de nuestra experiencia limitada, antes de que
nos percatáramos de su imprecisión a la hora de captar la rica estructura del
mundo.
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