La casa se convierte en el mundo (del niño), es su mismo
cosmos. De ser un caparazón indefinido entrevisto con ojos semicerrados, la
casa pasa a convertirse en algo familiar, reconocido, un lugar de seguridad y
de amor.
Un <Hogar es mucho más>. Es más que un habitáculo
donde refugiarme del frío, de la lluvia, del calor y del sol; de los peligros
de la noche y la actividad del día. Es mucho más, porque, aunque sea
inconscientemente, comparto la vida que tengo, la vida que soy, con cada átomo
de ladrillo, e, igualmente, recibo la energía de los materiales, formas,
estructuras y detalles que me envuelve. La casa se convierte en mi hogar cuando
soy capaz de hacer algo propio de ese espacio. Cuando hago mío cada rincón y el
deseo de cuidar su belleza surge espontáneo. Entonces mi hogar me refleja;
recibe y me devuelve mi identidad cada día. <Habitar> esa casa es sentirla
mía, agradecida y amorosamente.
Es al ir <habitando> esa casa cuando vamos,
paralelamente, creando el <hogar>. Se trata así de una experiencia
co-emergente,...