sábado, 7 de junio de 2014

Abrazándose en el mundo


El arenal es una pista de circo. Noa, de 3 años, ajena al mundo que la rodea, hunde las manos en la arena. No existe nada más a su alrededor. Ella y la arena. Desde fuera, observo una sutil conexión que mantiene con ella misma y, desde ahí, con el exterior. Esa conexión, origen y destino, le permite vibrar con la misma frecuencia que su propio estado interno que activa, dirige y mantiene su comportamiento. Con seguridad, y con la naturalidad propia de aquella que sabe escuchar aquello que verdaderamente necesita, dirige las manos con la precisión de un cirujano en medio de una importante operación. Sus ojos, profundos, avellanados, curiosos, pareciera que tuvieran una doble visión: la primera, se abre al mundo, al arenal; la segunda, la enfoca hacia su sí mismo y le permite seguir una especie de ruta que la encamina, a su ritmo, a satisfacer ciertas necesidades, a actualizar y desarrollar sus propias potencialidades. Esa doble visión, dentro-fuera, en este momento, amasando tierra y agua con todo su Ser, la percibo en su manera de Estar: una vivencia plena, vívida y desinteresada con una concentración y absorción totales; a la que, de alguna manera, puedo llamar autorrealización. 
Noa sigue su trabajo. Me acerco, y pruebo a escuchar su corporalidad. Afino el oído y al vuelo cazo parte de su diálogo interno, misterioso, silencioso. Dice así: estoy descubriendo cosas, incorporándolas desde fuera y haciendo que lo que incorporo se constituya en una auténtica porción de <<mí misma>>. 

Guillem Massot Magarolas

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