Una tarde de otoño me
encontraba en un parque, absorto en la contemplación de una hoja muy pequeña y
bonita en forma de corazón. Su color era rojizo y casi colgaba de una rama, de
la cual parecía que estuviese a punto de caer. Estuve mucho tiempo con ella y
le hice muchas preguntas. Supe que la hoja había sido la madre del árbol.
Normalmente, pensamos que el árbol es la madre y que las hojas son los hijos,
pero al mirar la hoja vi que también era madre del árbol. La savia que toman
las raíces no es más que agua y minerales, que son insuficientes para nutrir al
árbol, de manera que éste distribuye la savia a las hojas. Estas se encargan de
transformar esta savia rudimentaria en savia elaborada y, con ayuda del sol y
del gas, enviarla de vuelta para nutrir al árbol. Además, como la hoja se une
al árbol por un tallo, es fácil ver la comunicación entre ambos.
Le pregunté a la hoja
si tenía miedo porque el otoño había llegado y las otras hojas empezaban a
caer. La hoja me dijo: "No, no tengo miedo. Durante toda la primavera y el
verano estuve muy viva. Trabajé y ayudé a nutrir al árbol y gran parte de mí misma
se encuentra en este árbol. Por favor, no digas que sólo soy esta pequeña
forma, porque la forma de hoja es sólo una pequeña
parte de mí. Soy
todo el árbol. Sé que estoy en el árbol y que, cuando vuelva a la tierra,
continuaré nutriendo al árbol. Es por eso por lo que no me preocupa. Cuando
deje esta rama y surque el aire hasta la tierra, saludaré al árbol y le diré
"hasta pronto".
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