¿Nos atreveremos a entregarnos al relajamiento de nuestro ser y
abrirnos a comenzar a sentir nuestro corazón? ¿Nos permitiremos darnos
cuenta de nuestro estado primordial de ser, abrirnos al sentir que surge al
mismo momento que dejamos el corazón abierto, vulnerable al sufrir que da el
vivir y que hay en el mundo? Puede surgir este sentir, cuando ya no quiero
consolarme con todo lo que ofrece el sueño de la modernización con su plétora
de recetas anestéticas. Y cuando me permito como hombre o como mujer
llorar y ya no tengo miedo a vivir mi vulnerabilidad. Cuando me
permito aceptar y atravesar mi dolor, mi rabia y mi tristeza, sabiendo que
después puedo llegar a ser ternura. En el Occidente se enseña a los chicos
a no llorar, invulnerabilizarse, reprimir la ternura, aprender a ser duro,
despreciar una actitud de mansedumbre.
(...)
El mensaje ha sido: evita afeminarte porque esto afecta tu
virilidad, tu eficiencia y tu capacidad de actuar. Así, cultura como vivencia,
como experiencia, como espíritu, como sensibilidad, como primera fuente de
vivir la realidad, se excomulga, se exorciza para "avanzar"
en nombre de la racionalidad. Todo un sistema educativo, a todos los
niveles, ha sido organizado de tal manera que el darse cuenta de la realidad
tal como la vivimos dentro, la luz y la sombra, la alegría y el dolor, la
violencia y la paz, el bueno y el malo, tal como lo experimentamos, se reprime.
No se permite sentir. Así la vida se integra sólo en su forma exterior y la sombra
y la violencia "se normalizan", por ser expresión de una realidad
"objetiva" sacrosanta y por lo tanto incambiable. Las niños/as son
inducidos a imitar en sus propias vidas los anti-valores que han tenido que
sufrir.
Joost
Darwisj Kuitenbrouwer
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